viernes, 7 de noviembre de 2008

Tengo que escribir...

Un autor no escribe desde la nada, sino que se inscribe en la tradición de la que forma parte, es decir que lo que escribe está inserto en un largo tejido de otros textos. Es posible ver, entonces, de qué modo se conecta con los textos precedentes y contemporáneos. Tiene modelos y antimodelos que, por presencia o por ausencia, se pueden buscar en su obra.
La transtextualidad es todo lo que pone a un texto en relación, manifiesta o secreta, con otros textos. Existen diferentes tipos de relaciones transtextuales, pero nosotros trabajaremos con una de ellas:
-la intertextualidad, definida como relación de co-presencia -es decir, que se presentan juntos- entre dos o más textos. En general, se trata de la presencia efectiva de un texto en otro. Presencia que puede darse de varias maneras:
a) la cita: poner entre comillas la palabra de otro, dando o no la referencia precisa
b) el plagio: tomar prestado sin declararlo el texto de otro -es decir, se trata de una cita literal en la que no se avisa que es otro el autor
c) la alusión, el más habitual y frecuente: aquí no se copia palabra por palabra ningún texto, pero para comprender realmente lo que se está leyendo hace falta ‘oir’ el eco del otro texto, percibir que esa relación existe.
Veamos algunos ejemplos:
1-Dice Jorge Luis Borges en un ensayo llamado “Valery como símbolo”, incluído en el libro Otras Inquisiciones: “Así, el poeta inglés Lascelles Abercrombie pudo alabar a Walt Whitman por haber creado ‘de la riqueza de su noble experiencia, esa figura vívida y personal que es una de las pocas cosas realmente grandes de la poesía de nuestro tiempo: la figura de él mismo’”. En este caso Borges está analizando la figura de un escritor francés de finales del s.XIX, Paul Valéry, y para enriquecer ese análisis lo compara con un gran poeta norteamericano casi contemporáneo, Walt Whitman. En el medio de esa descripción de Whitman, cita a otro poeta, esta vez prácticamente un desconocido, Abercrombie. Si Borges no hubiese citado a Abercrombie (cosa perfectamente posible, porque prácticamente nadie sabe quién es), si no hubiese marcado con comillas sus palabras indicando de quién procedían, eso hubiese sido un plagio.
2-Hay otro modo de citar, no textualmente, llamado paráfrasis. Por ejemplo, decir “A Plinio (Historia Natural, libro octavo) no le basta observar que los dragones atacan en verano a los elefantes: aventura la hipótesis de que lo hacen para beberles toda la sangre que, como nadie ignora, es muy fría”. Aquí Borges cita aproximadamente, con sus palabras (las de Borges y no las de Plinio) un comentario de un historiador romano que le parece, evidentemente, notable. Esta evaluación que Borges hace se ve en ‘no le basta observar’- donde el verbo ‘observar’ marca con claridad ese chiste de Borges, puesto que nadie ha observado nunca un dragón-; en ‘aventura la hipótesis’ señala figuradamente que la explicación de Plinio es una aventura de la imaginación, y en el ‘como nadie ignora’, se remarca el absurdo de la situación descrita. La paráfrasis le permite a Borges mezclar sus palabras y sus juicios con las palabras de Plinio que desea destacar. Por lo tanto, el resultado es más rico debido al doble sentido y a la gracia que provoca. Mucho menos interesante hubiese sido decir “ Dice Plinio (Historia Natural, libro 8): ‘los dragones atacan en verano a los elefantes para beberles su sangre, que es, como sabemos, muy fría’ ”.
3-Cuando Arthur Conan Doyle inventa a Sherlock Holmes, alude a dos seres que admira:
· uno es extraliterario, es decir, real. El doctor Joseph Bell, de quien Conan Doyle fue discípulo, es homenajeado y recreado en el personaje del detective Holmes. Bell observaba detenidamente a sus pacientes, los escuchaba con enorme atención, y extraía un montón de información que el paciente no había dicho y que resultaba útil para diagnosticar, método que impresionó mucho a Doyle. En una recreación típicamente literaria -es decir, indirectamente- el que es médico en la ficción es el ayudante de Holmes, el doctor Watson, persona, como diría Borges, ‘profesionalmente boba’ . Watson es incapaz de ver por sí solo lo que Holmes observa, por lo tanto el detective debe explicarle a su amigo permanentemente qué es lo que sucede. De este modo, un mismo ser real, el doctor Bell, ‘se divide’ en dos seres ficcionales: el aspecto físico y la inteligencia van al detective; la profesión, a su ayudante.
· El otro personaje aludido, literario, es sin lugar a dudas el antecedente de Sherlock Holmes. Se trata del primer detective policial de la historia de la literatura, el caballero Charles Auguste Dupin, creado por quien inventó el género policial, el norteamericano Edgar Alan Poe. En 1841 Poe publica su cuento “Los crímenes de la calle Morgue” narrado en primera persona por un narrador de quien no sabemos el nombre y que es amigo del detective (en el caso de los cuentos de Holmes, también es Watson, su amigo, quien cuenta la historia). Con este cuento se inicia la historia del género policial, porque Poe inventa una serie de características que después caracterizarán al género: el detective es un hombre culto y bohemio, algo desordenado y con no mucho dinero, que resuelve los casos pensando , reordenando según una cadena lógica las pistas que el criminal dejó -la clave ahí es la palabra lógica, la idea de análisis-. Este detective se informa muchas veces mediante los periódicos, y así averigua adónde está la clave del problema. El cuento se resuelve en general mediante diálogos, entre el detective y el ayudante, donde el primero le explica al otro qué descubrió y por qué. Muchas de estas características son retomadas por Conan Doyle cuando inventa a su famoso personaje. Holmes tiene de Dupin su amor al pensamiento lógico, su agudo poder de observación, su pasión por pensar sumergido en la oscuridad y por la soledad, sus excentricidades y su sentido del humor.
4- En todo texto literario podrían verse ejemplos pues, como dijimos, la intertextualidad es esencial a la literatura. Así, cuando Shakespeare escribe Hamlet, su obra más famosa, lo hace basándose en una pieza anterior, de un autor llamado Thomas Kyd, quien a su vez la había sacado de la recreación que un autor francés había hecho diez años antes de una leyenda danesa, la del príncipe Amleth, copiada en el medioevo por un monje que escribía en latín. Cuando el Quijote, famoso personaje de Cervantes, baja a la cueva de Montesinos en la primera parte de la novela, el lector que conoce la literatura clásica sabe que Cervantes está recreando, en clave humorística, el descenso a los infiernos que el héroe épico Ulises en La odisea, y el romano Eneas en La Eneida, tuvieron que realizar como prueba para poder obtener sabiduría y conseguir su objetivo

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